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Articles by David H. Roper

¿Por qué no ahora?

Tengo un amigo querido que sirvió como misionero en Surinam durante muchos años, pero, en los últimos tiempos de su estancia allí, contrajo una enfermedad que lo dejó con una parálisis. A veces, se preguntaba por qué Dios permitía que siguiera viviendo. Anhelaba partir para estar con el Señor.

¿Y el gorro de Juani?

Se cuenta la historia de una familia que fue a pasar el día junto a un lago. En cierto momento, el hijo de cinco años se metió en el agua, puso un pie en la parte profunda y se hundió. Como ninguno de los adultos del grupo sabía nadar, corrían de un lado al otro por la orilla, llenos de pánico, mientras el niño salía a la superficie y se hundía pidiendo ayuda a los gritos. Justo en ese momento, pasaba un hombre. Al darse cuenta de lo que sucedía, se zambulló en el lago y rescató al muchachito. Cuando llegó a la orilla con el niño, el cual estaba asustado, pero sano, lo único que le oyó decir a la madre enojada fue: «¿Y el gorro de Juani?».

Boca de niños

El Salmo 8 comienza con un contraste asombroso. Al parecer, David sugiere que, si bien Dios ha revelado Su gloria en los cielos, otra persuasiva respuesta para quienes objetan Sus verdades surge de las expresiones de un niño: «De la boca de los niños y de los que maman, fundaste la fortaleza, a causa de tus enemigos, para hacer callar al enemigo y al vengativo» (v. 2).

¿Por qué hay color?

¿Por qué algunos árboles se tornan en un collage de marrones, rojos, anaranjados y verdes resplandecientes en el otoño? En verano, las plantas son verdes porque la clorofila, un pigmento de ese color que poseen las hojas, absorbe la luz roja y azul que emite el sol. A nuestra vista, esa luz que reflejan las hojas se ve verde.

Los perdidos

Durante mis años de estudios terciarios, trabajaba como guía, llevando muchachos a escalar en el Parque Nacional Rocky Mountain, en Colorado. Una vez, uno de ellos (un tipo pequeño y lento) se retrasó y, en una división del sendero, tomó el camino equivocado. Cuando llegamos al lugar para acampar, no podíamos encontrarlo por ninguna parte. Desesperado, salí a buscarlo.

Sabiamente lento

Cuando los fariseos llevaron ante Jesús a la mujer sorprendida en adulterio y le preguntaron qué hacer con ella, Él se inclinó un momento y escribió en la tierra (Juan 8:6-11). No sabemos qué puso; pero, cuando siguieron preguntándole, el Señor respondió con una breve frase: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella» (v. 7). Estas pocas palabras produjeron un gran impacto al confrontar a los fariseos con su pecado, ya que se fueron uno tras otro. Aun hoy, esas palabras resuenan en todo el mundo.

Vida con sentido

Isaac Hann fue un pastor casi desconocido que sirvió en una pequeña iglesia en Loughwood, Inglaterra, a mediados del siglo xviii. Al final de su ministerio, los miembros de la iglesia sumaban 26 mujeres y 7 hombres. Y de esos hombres, sólo 4 asistían con cierta regularidad.

¡No juzgues!

Cuando Jesús ordenó: «No juzguéis», no estaba diciendo que fuéramos ingenuos o imprudentes. Sin duda, debemos tener una mentalidad crítica y analítica en este mundo donde solemos enfrentarnos con injusticias y perversidades. Lo que quería decir era que no actuáramos de manera condenatoria ni acusadora. Pablo lo señaló elocuentemente al decir: «No juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará las intenciones de los corazones» (1 Corintios 4:5).

¡Nadie se acuerda!

En un comentario sobre Eclesiastés 9:15, Martín Lutero cita la historia de Temístocles, el soldado y estadista que comandaba el escuadrón ateniense. Con su estrategia, ganó la Batalla de Salamina, expulsó al ejército persa de suelo griego y salvó su ciudad. Pocos años después, cayó en desprestigio, sus conciudadanos lo condenaron al ostracismo y fue desterrado de Atenas. Por eso, Lutero concluye: «Temístocles benefició mucho a su ciudad, pero recibió una tremenda ingratitud».

Dame una mano

Hace poco, estaba pescando con unos amigos y me metí en una corriente de agua que era demasiado fuerte para mis viejas piernas. No tendría que haberlo hecho, ya que es bien sabido que uno no puede meterse en corrientes de las cuales no puede salir.